Confesión de insomnio y amor

No hay mejor remedio para un alma en pena que el amor que arrulla.

¡Eureka!  Descubrí el porqué del insomio que me acompaña hace un par de meses. La extraño. La extraño y mucho. Me desperté a las tres de la madrugada y la referencia al gran Cronopio me la recordó ¡Bueno! De hecho, me hizo pensar en las únicas líneas que le dediqué hace siete años. Comencé a llorar. Moquié unos minutos y miré su retrato. En sepia lo imprimí y en sepia es como me describo en este instante.

masconejos
Carta a una señorita en París

Pensé entonces en escribir sobre mi duelo. El duelo como expresión de lo humano. El dejar ir, el asimilar las partidas personales, cercanas -incluso aún más ajenas- es común a nuestras almas. El duelo como dolor, como coraje, como camino bien trajinea’o, pero también como una forma de darnos cuenta cuán necesario es bucear en lo no tangible, en lo que nos nutre. A mi abu la extraño y no la olvido. Siento sus dedos sobre mi cabello y el respirar sobre su panza. El duelo me inmoviliza. Sí, me pone triste. Me causa insomnio. Me hace llorar. Mas aún ¿saben qué? me hace esforzarme en volver a colorearla en cada uno de mis recuerdos.

Diré que -no sé si afortunadamente o no- he experimentado pocas pérdidas físicas en casi cuatro décadas. Creo que más me ha tocado lidiar con otro tipo. Sin embargo, tanto las unas como las otras me han tirado al suelo. Me han hecho sentirme más que sepia. Hoy robo colores a la vida y a las personas.pinceles que están en mis días. El insomnio cesará. No sé cuando pero sé que así será. No hay mejor remedio para un alma en pena que el amor que arrulla.

Carta a una señora en Paris*

Sé que no estás en Paris,
pero debo comunicarte sin más demora que vomito conejitos.
Sí. 
Conejitos de desespero por las noches y de rabia por las mañanas.
Vomito conejitos que te buscan.
Conejitos que te muerden las sillas victorianas y los estantes de mármol.
Conejitos ansiosos de llamarte abuelita de nuevo y de abrazarte a la media noche.

No sé ya donde esconderlos por miedo a que me crean locamente egoísta.
Ayer los enterré en tu lámpara favorita y los cabrones aparecieron justo antes de calzarme.
Se subieron entre mis piernas y me mordizquearon de nuevo los cachetes.
Creo que en cualquier momento alguien los verá.
Si es él a lo mucho me abrazará y los regalará.
Si es ella… ¡qué nos libre la providencia y nos agarre tu dios confesa’o!

¡Querida, no sé qué más hacer!
Saltar por el balcón no es viable,
ya que debería comenzar por construirme uno.
Llorar hasta el cansancio no ha dado resultado.

¿Y si los desempolvo de tu ropero viejo?
¿Y si los llevo conmigo en el bolso?
Creo que debo tomar una decisión.
Pero por ahora debo dejarte para ir a ver en dónde putas andarán nuestros conejitos.
Sí, nuestros. n-u-e-s-t-r-o-s. Tuyos y míos.
Por qué si algo es cierto es que estos conejitos nos atan.
Y mientras tu ausencia continúe tan fulminante y cotidiana:
Ellos me recuerdan a vos.
Querida y amada C.

osito