Su excelencia:
He cumplido a cabalidad con la misión asignada por su ilustre magnificencia. Me he dado inescrupulosamente a la tarea de examinar cada uno de los alegados sustraídos al acusado. Por tanto, es imperante proceder a advertirle del odioso inequívoco de que su benevolente persona demande a los Señores Magistrados absolver al acusado. No crea, Ilustrísimo, que me atrevo a irrespetar su suprema voluntad. Con humildad desde mi infinita devoción, mi único deseo sincero es que mi recomendación lo libere de la condenación de la Historia.
…
Si Fulgencio Batista hubiera recibido una nota tan grotescamente predictiva, tal vez la Historia, al menos la suya, hubiera sido algo diferente. ¡Ay lo que hubiera cambiado el informe de investigación encomendada a algún subalterno de enormes cualidades tácticas! Una estrategia para descifrar los elocuentes y bestialmente irrefutables alegatos de autodefensa expuestos por el líder del ataque al Cuartel Moncada, aquel 26 de julio de 1953. Batista debió haber ordenado mil y una artimañas más, pero desafortunadamente no igualó a su adversario: la Historia. Me refiero a esa, a La Historia contada en las páginas de La Historia me absolverá: una Oda escrita en el presente, la cual nos alcanza hoy, para denunciar la afrenta a la Patria, la traición hacia el Pueblo y la enumeración de las calamidades venidas a Cuba, desde el golpe de Estado del 10 de marzo 1952.
Si tan solo Batista hubiera tenido una epifanía, la Historia lo hubiera absuelto ¡Qué más da! No lo engaño. No me engaño, ni quiero engañarte querido lector. Ni Fulgencio apeteció contratar a nadie, ni mucho menos sus atrocidades hubieran sido remotamente olvidadas por la Memoria de la Cuba Libre ¿Y cómo estoy tan segura, preguntarás? Pues bien, la respuesta no implica mayor racionalidad. La autodefensa está nítidamente escrita. Invita a una reflexión que hoy día está pendiente en esta nuestra Patria Grande. El joven Fidel clama por justicia. Una justicia que se corrompió y la cual en su contradicción constipa los hechos del Cuartel Moncada a una insurrección. Sin embargo, el acusado nos recuerda que el ataque libertador fue el recurso precursor de lucha de un Pueblo frente a tiranos y más aún fue deber patriótico, deber democrático y deber antiimperialista, salido si de sus rifles, más incluso de las entrañas intelectuales del Apóstol.
Si tan solo el dictador no hubiera eructado egolatría, el 10 de marzo de 1952, con el afán de gobernar despóticamente, la Historia no lo recordaría como el ¡Monstrum horrendum! Ese que en el alegato es acusado de disponer el asesinato de presos de guerra, jóvenes guerrilleros quienes fueron ejecutados no en el combate, sino en cobarde e injusta reclusión. Jóvenes indefensos con vidas prometedoras en los campos políticos y sociales. Aunque su muerte física le sea cobrada en las páginas escritas por Castro, él mismo reconoce que su valentía transcendió y nos acompaña. Dejemos que lo diga nuestro Martí, quien lo hace mucho mejor que esta novel “ensayista”:
Hay un límite al llanto sobre las sepulturas de los muertos, y es el amor infinito a la patria y a la gloria que se jura sobre sus cuerpos, y que no teme ni se abata ni se debilita jamás; porque los cuerpos de los mártires son el altar más hermoso de la honra …
Cuando se muere En brazos de la patria agradecida,La muerte acaba, la prisión se rompe;
¡Empieza, al fin, con el morir, la vida!
Vaya testimonios de coraje y nacionalismo. Se me crispa la piel al leer y releer líneas de heroicas proezas en columnas de verde olivo. Proezas de mujeres también. Las valientes Melba y Haydée luchadoras frente a un régimen que hoy día reproduce patrones de feminidad adormecidas. No ellas. Al pie del cañón agruparon el trabajo de lucha en Santiago. Bien lo recuerda el Che en sus escritos, sin ellas la lucha del 59 no hubiera sido un triunfo. La Historia reconoce su hidalguía. Ya no más Dulcineas, las Quijotes desafiaron molinos y pueden exigir condena a Batista.
Y entonces cada reglón dispara plomo al dictador. Elocuencia y un tono acusatorio invierten los roles ¡Ave, Caesar, morituri te salutant! ¿Te interrogarás el porqué de mi ensañamiento con Fulgencio? No hay tal. Hay dos bandos. Las páginas del alegato de Fidel me convencen de escoger uno. Y he proclamado adhesión. La Historia me absolverá es un canto de ejecución. El verdugo carga el hacha de los crímenes sociales del dictador: Cuba retrocedió desde el 10 de marzo, día del inicio de la ruptura social, política y jurídica:
¡Pobre pueblo! Una mañana la ciudadanía se despertó estremecida; a las sombras de la noche los espectros del pasado se habían conjurado mientras ella dormía, y ahora la tenían agarrada por las manos, por los pies y por el cuello. Aquellas garras eran conocidas, aquellas fauces, aquellas guadañas de muerte, aquellas botas…No; no era una pesadilla; se trataba de la triste y terrible realidad: un hombre llamado Fulgencio Batista acababa de cometer el horrible crimen que nadie esperaba.
Problemas de desempleo, pobreza, corrupción, deterioro de los sistemas de salud y de educación, de vivienda, de tierra. Una imagen internacional y una realidad de ser considerada Cuba como el patio trasero, de los que no deseo nombrar, pero que estoy segura lector, conoces muy bien – y solo para aclarar se encuentran al Norte de la frontera de México y no mastican el español. Incluso la aberración más cruel, la contradicción amparada por la dictadura. Un doble discurso que con golpes en el pecho rompe reglas humanas y legales cuando le son perjudiciales. Una dictadura malsana, morbosa, ególatra, esclavizadora.
El yo herido, no es Fidel. El yo herido es Cuba. La que sangra con el golpe del 10 de marzo y solo para quien el desamparo de la Patria y la vileza contra la justicia se sienten como una honda herida pueden pronunciar un alegato como el que discuto. Los heridos también somos nosotros: América Latina. Así lector, ya entenderás mi adhesión. La lucha se da por la verdad, contra la infamia. Es una lucha moral. No debes alarmarte. No ambiciono convencerte de tomar un bando. Solo presento mis alegatos. Solo te cuento los alegatos del abogado, el acusador, quien escribe las páginas que reseño devotamente.
¿Y cómo permanecer incólume ante el eco de las denuncias expuestas? El recorrido por la retórica empleada en el alegato de La Historia me absolverá inyecta imágenes de los hechos acontecidos en el Moncada y de las justificaciones para tal hecho. Pienso en esta Nuestra América que está tan maltrecha hoy quizá más que aquella bajo el yugo de Fulgencio. La doble moral camina por las calles de las naciones usurpando la libertad y la pureza de nuestros pueblos ¿Doloroso, no crees? Nos quedamos cortos si escogemos tal adjetivo. No es doloroso. Es insultante. Es traidor. Es grotescamente alienante y causal de condenación. No creo que la Historia dicte absolución.
Los crímenes narrados por Fidel se injertan en mí con orgullo Latinoamericano y me obligan a sentenciar a Batista sin titubeos. Puedo citarte algunos cuantos: la infamia, la intensión de hacer pasar los hechos insurrectos como un producto de la locura –y no me hagas debatir los clichés asociados a la locura, ni la autoridad de doctores militares– y por supuesto la sustracción del prisionero de su propio juicio. El alegato de Castro nos narra claramente las artimañas acontecidas a partir del 10 de marzo por Fulgencio y sus compadres. Fidel primero denunció, pero el Tribunal no quiso escuchar. Entonces, la insurrección se gestó desde ese momento.
La Revolución Cubana fue parida y triunfó por tal justificada afrenta popular. Y La Historia, no los Señores Magistrados, absolvió a los alzados. No así a Fulgencio. No así a los Fulgencios de esta Nuestra América, la que hoy adolece. Antes de proseguir, déjame aclarar. Una América que adolece, pero no pasivamente. Despierta. Viene despertando y se encargará de juzgar como ya sucedió en el grato y triunfal 1 de enero del 59 a los traidores de la Patria. Estad atentos, gritan por ahí las voces de los Pueblos. No sed cómplices: “Ver en calma un crimen, es cometerlo”, dijo el Maestro.
La Historia no absolvió a Fulgencio, empero nada he dicho de sus aliados. Nada he dicho de la alta oligarquía. La misma que sigue cometiendo fechorías. Fidel lo plantea. Le otorga la máxima responsabilidad ¡Cómo debe ser! Hoy también son perpetradores de actos ignominiosos ¿Quién los cuestiona? Nadie. Hasta escriben editoriales en páginas de periódicos serviles a sus intereses. Nadie los conoce. Se conocen entre ellos, cuando se disponen a jugar tenis y a fumar tabaco en el club. La Historia no será tampoco con estas oligarquías de nuestros días benévola. No debe serlo. Mucha es su cuota de responsabilidad y los pueblos aborrecen la desigualdad y la contradicción. Yo que ellos me voy preparando para la venida del Reino. Una venida, pero sin fin del tiempo y mucho menos jinetes apocalípticos. Más bien una venida de un reino popular ¿Qué si la Revolución Cubana del 59 fue ese Reino? No es tema explícito de estas páginas. Dejo a mi paciente lector interpretar mis alegatos.
Va siendo hora de dejarte lector, ensayos de superior esencia y forma te reclaman. Quise compartir íntimamente la emoción generada de la lectura del texto de Fidel ¡Qué digo texto! De la obra maestra que deja huella para quien persiga principios como la autenticidad, la libertad, la democracia y la República. Páginas a las que le pido misericordia por parafrasear y osarme interpretar. El vandalismo denunciado en La Historia me absolverá se repite en rincones de la Patria Grande y es nuestro deber como soñadores informados y de corazón con los pueblos denunciar y combatir en su contra. Martí nos llama del lado del deber y Fidel nos lo recuerda. Yo lo transcribo para no olvidarlo:
“El verdadero hombre no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber; y ése es […] el único hombre práctico cuyo sueño de hoy será la ley de mañana, porque el que haya puesto los ojos en las entrañas universales y visto hervir los pueblos, llameantes y ensangrentados, en la artesa de los siglos, sabe que el porvenir, sin una sola excepción, está del lado del deber.”
Pude haber ensayado terminar mis ideas con la cita anterior. No obstante, por recomendación que escuché por ahí y que decidí acoger por tratarse de una ensayista, termino con las de mi propia autoría. Escribo entonces que aplaudí al leer los alegatos reseñados, que son inspiradores y de haber sido Señora Magistrada, caso imposible por mi condición de mujer y haber nacido decenas de años después, hubiera absuelto al acusado, en función únicamente de la forma de presentar su discurso y luego por sus argumentos: los Pueblos tienen el derecho de defender su honor ante la tiranía. Todos coinciden: Montesquieu, Juan de Salisbury, Lutero, Hotman, Buchnam, incluso un tal Santo Tomás de Aquino. Un par de mujeres deben estar en esa lista, pero Fidel las dejó por fuera o tal vez fue la Historia, que debo reconocer muy a disgusto no es infalible ¡Vaya contradicción para ir cerrando! Nos da ojalá tema para ensayar, pero no en esta ocasión.
Bueno, el punto es que le gustara o no a Fulgencio, él debió haber ordenado la absolución del acusado aunque lo sintiera como algo odioso, pero más groseras y odiosas fueron las condenaciones que debió enfrentar. Bueno tampoco te engaño. Son condenaciones que espero –aunque atea–esté cumpliendo en el más abajo, ya que huyó el Ilustrísimo donde otro como él. Sin embargo, las condenaciones a las que me refiero tienen que ver con la moral, con la imagen frente al mundo, frente a una Historia que lo retrata como lo he hecho aquí: un usurpador de poder ¿Qué si Fidel se convirtió también en dictador? Una pregunta que quizás amigo lector no debiste exponer tan al final de concluir y que por un asunto de coherencia con la línea de pensamiento que he planteado no considero venga al caso; no obstante, ya que has leído hasta aquí, te contestaré que creo que su línea de cierre: “Condenadme, La historia me absolverá” fue apocalíptica para él y para el Pueblo Cubano.
San José, Costa Rica. En la madrugada cuando todo se mira siempre más claro por la premura del día que está llegando.
Nota sugerida: Unesco opina